Sistemas de Organización y Desarrollo Administrativo

viernes, 17 de junio de 2022

miércoles, 30 de enero de 2013

Mi metrópolis


Algún día de estos, tratando de encontrar respuestas internas leí algo que me hizo meditar mucho, el escrito decía esto:

“Un día, estaba Diógenes comiendo un plato de lentejas sentado en el umbral de una casa cualquiera.  No había nada en toda Atenas más barato en comida que el guiso de lentejas. Dicho de otra manera, comer guiso de lentejas era definirse en estado de la mayor precariedad. Pasó un ministro del emperador y le dijo: -¡Ay! Diógenes, si aprendieras a ser más sumiso y a adular un poco al emperador, no tendrías que comer tantas lentejas.

Diógenes dejó de comer, levantó la vista y mirando al acaudalado interlocutor profundamente, le dijo: -Ay de ti, hermano. Si aprendieras a comer un poco de lentejas, no tendrías que ser sumiso y adular tanto al emperador”.  (Bucay, Jorge, 179: 1994).

Lo que me impactó de este pequeño cuento, al compararlo con la película Metrópolis es lo difícil que es tomar las decisiones correctas, estamos acostumbrados a que la vida decida por nosotros y andamos por ahí sin cuestionarnos nada, quizás porque en el fondo tenemos miedo de encontrarnos frente a frente y descubrir que no estamos haciendo nada en concreto por no ser parte de la Metrópolis.

México, como País acaba de vivir un momento importante de su historia, una transición política que debería llenarnos de esperanzas, pero ante los inconfundibles hechos, es preciso reconocer que el cambio como sociedad no sucederá hasta que cada uno de manera independiente empiece por tomar en serio el verdadero sentido de la libertad y de la vida.

El dolor que sintió el protagonista de metrópolis, me hace pensar que si en el mundo se sintiera ese dolor por todos aquellos que están olvidados, en las ciudades perdidas, aquellos a quienes nadie recuerda, en ese momento de sentir el dolor de todos ellos, no podríamos ser los mismo y no se trata de ser seres humanos extraordinarios, lo único que tenemos que hacer es recordar precisamente que somos seres humanos.

Hace poco observé un hecho que me dio la pauta acerca de lo que nosotros no somos ni hacemos,  en un jardín estaba un pequeño pajarito lastimado de su ojo, no podía volar probablemente por su corta visibilidad, observé que alrededor del jardín había una parvada volando en círculos, lo estaban buscando y lo llamaban, me olvidé del incidente y entré al interior de la casa, pero cuando salí, el ave seguía ahí y sus amigos seguían esperando por él, apoyándolo en un momento tan difícil, me sentí confusa, pensé si en mi vida había hecho lo mismo por un amigo, por alguien con quien al menos no tuviese lazos sanguíneos, y sobre todo,  me cuestioné cómo las aves podrían ser capaces de hacer eso, si los animales tenían esos instintos, por así llamarlos, por qué nosotros nos estamos destruyendo unos a otros, incluso destruyéndonos a nosotros mismos.

Lo que me recordó metrópolis es en realidad todo lo triste del mundo, todo lo injusto de este sistema manipulado por unos cuantos para quienes sólo somos parte importante de la acumulación interminable de sus riquezas por más ridículo y absurdo que parezca para alguien tiene algún sentido jugar a que los demás no somos, ni existimos, ni valemos, ni tenemos una conciencia propia, un corazón lastimado por tanta injusticia.

Yo no sé si algún día encontraremos el valor para cambiar este sistema, si habremos de desprendernos del egoísmo lo que sí sé es que como a muchos, me lastima el saber que sólo soy parte de este sistema, que aparentemente sólo me guío por él y que por consecuencia no estoy cambiando ni por dentro ni por fuera.

Lastima el ver en los ojos del otro,  la ambición reflejada, lastima el oír palabras que agradan pero que no son sinceras, lastima saber que la única esperanza para nuestros hijos es sabernos padres capaces de darle el amor y la verdad por razón de su existencia.

Ojalá la metrópolis se detuviera, ojalá que se pudiera cambiar el sentido de la vida, pero creo que aunque no se detenga, nosotros al menos podemos detener nuestra loca carrera y analizar, observar lo que estamos haciendo con nuestro planeta, lo saturado y terriblemente contaminado que está, detener nuestros apresurados pasos, esa costumbre de vivir con el estrés y la monotonía de la vida y encontrar dentro de nosotros mismos esas respuestas que nos conduzcan a ser personas más conscientes, más armoniosas y decidas a predicar con el bien y a vivir en equilibrio con la vida y con nuestro planeta.

 A quienes necesitamos inspiración, es necesario empezar a buscarla, redescubrirnos y redefinirnos hasta saber que esa parte buena vive ahí y que es necesario dejarla salir, vertirla en los demás, hasta sembrar esas muestras de diferencia, que empujen a los demás a vernos diferentes, a sentirnos en paz y satisfechos.
Por: Alejandra Aguilera